lunes, 31 de marzo de 2014

Crítica a Gastón Acurio, el multimillonario de los mil y un tenedores

A propósito de la sobrevalorada película sobre la "vida y obra" Gastón Acurio Jaramillo, el cocinerito que también es un muy buen negociante (cosa que no le negamos), queremos compartir con todos ustedes este buen artículo que se publicó en el semanario Hildebrandt en sus trece el pasado viernes 7 de marzo de 2014, justamente sobre él, el infame chef que se ha vuelto multimillonario con el "boom gastronómico" en nuestro país, quien habla de la inclusión nacional a través de la comida mientras que en sus exclusivos restaurantes cobra por cada plato un infierno de dinero estratosférico; habría que preguntarle si le paga a sus proveedores y productores (los agricultores de la costa, sierra y selva del Perú que siguen esperando la inclusión de la que tanto hablan él y el otro infame peruano, el señor Presidente de la República, Ollanta Humala Tasso). Y es que claro, la inclusión de la que habla este afilado paladarista de cinco tenedores la deja para sus discursetes televisivos (porque eso sí, al figureti este le encanta salir en los medios de comunicación), porque cuando se trata de cobrar, es el más ruin de los exclusivistas potentados de la oligarquía latinoamericana al servicio de del híperlucro. Comida cara solo para los bolsillos enriquecidos de los comensales exclusivos que, como siempre, controlan el país siendo menos del 10% de la población nacional.
 
 
Y dice así:
 
El modesto caucau dejó de serlo gracias a él. Ahora se titula “Tripa regia con cubos de papa inca en un océano lácteo con hierbabuena”. Verdad que sí. También la chanfainita hubo de modificar su DNI. Ahora la nombran “Respirador de res en lluvia de achiote, orégano y hierbabuena, con decorado de maíz mote”. Ni qué decir tiene que los anticuchos, también surgidos del ingenio de la negrería hambreada en las azucareras, ahora se llaman “Miocardio vacuno macerado al ají panca y ensartado al estilo pincho en lanza de caña”. Y así por el estilo.
Y con los cambios de nomenclatura han venido, claro, la hiperinflación alanista de los precios, la nariz respingada de quienes antes eran amables y la soberbia gastronómica de los que se sienten la última Coca-Cola del Sahara.
Si hay algo ridículo en la obra de Gastón es el bromato que le ha echado a la autoestima de la cocina peruana. Ahora cualquier enmandilado sudoroso se siente un Beethoven del aceite girasol, un Tiziano del comino y, muchas veces, un Picasso del glutamato de sodio, alias Ajinomoto, ese invento japonés que esclaviza el paladar, uniformiza las sensaciones y revienta el sistema digestivo.
Antes cocinaban. Ahora cobran. Y se han creído eso de que en Lima se come la mejor comida del mundo, como si el patriotismo pasara por el duodeno y pudiera negarse de un solo banderazo la excelencia de las gastronomías italiana, tailandesa, china, india, japonesa, francesa, mexicana, española o árabe.
Han llenado sus cartas de cursilería descriptiva, sus precios de levadura hinchante y su discurso de chauvinismo con eructo incluido. Y allí están, arropados por Gastón, que parece el Tony Soprano de la movida peristáltica y que se ha hecho con una fortuna de muchos millones de dólares predicando que la butifarra encebollada es un himno y que la causa limeña era la sagrada de San Martín mientras lograba que Promperú motorizase su parapente y el decadente Ferrán Adriá recibiese la suya en camión y hablase de él a destajo. Ahora el plebeyo de la cocina, que en Panchita cobra el seco de cabrito como si del cadáver de algún Ricky Martin se tratara, ha invertido casi siete millones de dólares en poner al día la casa republicana de los nobilísimos señores Moreyra. Mejor ni pregunten cómo están esos precios. La tuertez espera a sus comensales.
 
 
 
Lunes 31 de marzo de 2013
(Artículo extraido de Hildebrandt en sus trece, Año 4, N° 192)
GianGian Producciones

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