Dicen los cristianos, que creen en Dios Jesucristo, que la justicia solo existe en el Reino del Señor. Y nos imaginamos que así debe de ser, con la única salvedad de que acá nosotros no creemos en ningún dios ni en ninguna divinidad antropomórfica o no. Por lo cual, en resumidas cuentas, asumimos entonces que la justicia, esa palabra tan romántica y apocalíptica, no existe. Porque, como ya todos sabrán, Karol Józef Wojtyła, el difunto señor polaco que durante la Segunda Guerra Mundial se salvó de ser echado a las hogueras del nazismo y que luego, en octubre de 1978, fue nombrado Papa por la Iglesia Católica, ya tiene fecha de canonización. Es decir, va a ser uno más de los miles de Santos que hay en la Iglesia Católica. Como para prenderle su velita y rezarle mañana, tarde y noche.
A ese señor, más conocido como Juan Pablo II, su nombre de "Sumo Pontífice", se le adjudican dos milagritos. Sabe quién cuáles serán. Pero de seguro que no son ni su apoyo férreo a las directivas de Washington ni su amor por los pedófilos, a quienes resguardó y protegió hasta el último de sus días en este mundo terrenal.
El señor Wojtyła se caracterizó por ser un Papa "viajero" y teatral con las masas pobres del orbe, sobre todo acá en América Latina, pero en el fondo siempre fue un silencioso y camuflado derechista amigo de los más favorecidos, de los banqueros y los dictadores. Todos ellos eran sus amigotes.
Aunque, claro, antes de ser Papa era un clérigo más del enorme organigrama católico. Como sacerdote en Polonia, durante el régimen comunista, se caracterizó por una enorme ausencia de heroísmo y activismo en contra del régimen comunista que tanto odiaba, a tal punto que el mismo gobierno comunista polaco lo calificó de "políticamente ingenuo y sin muestras de intransigencia" –lo cual, obviamente, favorecía al régimen comunista–.
Sin embargo, una vez elegido como el nuevo Papa tras la muerte repentina de Juan Pablo I, voceada de asesinato dirigido por la mafia vaticana ligada al Banco Vaticano y al Banco Ambrosiano, Juan Pablo II paralizó todas las reformas que Juan Pablo I inició y que buscaban esclarecer las oscuras finanzas e ilegalidades del Banco Vaticano, donde hasta el día de hoy parasitan los regordetes de bastón y sotana que lucran con las mermeladas que allí se embarran.
Tenía, pues, el poder, y lo utilizó para callar, perseguir y eliminar a quienes lo incomodaban, a él y a sus amigotes: Los banqueros y los dictadores. Por ello decidió obstruir las reformas del Concilio Vaticano II que buscaban adaptar las teorías cristianas y católicas a los nuevos tiempos de entonces para "acercar la fe" a la multitud y a los jóvenes. Cambió el acercamiento teórico y doctrinal de la fe a las masas por el más desaforado y mediático teatralismo al mismísimo estilo del amarillismo televisivo de hoy en día para "acercarse" a las masas.
Y lo primero que ordenó en ese sentido fue silenciar, perseguir y de lo posible excomulgar a todos los sacerdotes y miembros de la Iglesia Católica que fuesen teóricos, defensores, seguidores y profesantes de la Teología de la Liberación, aquella que con el mismo sentimiento de Martín Lutero busca plantear una reforma en la fe cristiana para acercarla a los pobres de, en este caso, Latinoamérica con el fin de poder liberar las conciencias de las gentes para acabar con el sistema hostil que los oprime y destina a la pobreza económica y social.
Aquella teoría teológica se difundió rápidamente en toda América Latina, donde muchos sacerdotes y clérigos ya se habían sumado a los movimientos de base en las luchas sociales y también en las guerrillas contra los regímenes dictatoriales que eran patrocinados por Estados Unidos y el Banco Mundial para hacerle frente al expansionismo del Comunismo. Fueron los casos de Paulo Freire, Emmanuel Suhard, Camilo Torres Restrepo, Gustavo García Laviana y Manuel Pérez Martínez, entre otros, sumándose los últimos tres a guerrillas armadas.
Pero la incomodidad dentro de la Iglesia Católica devino en una furia encarnecida en contra de todos estos profesantes y defensores de la Teología de la Liberación cuando en 1971 el peruano Gustavo Gutiérrez Martínez publicó el primer libro sobre dicha corriente, titulado "Teología de la Liberación - Perspectivas", lo que ocasionó que muchos otros empezaran a adscribirla y difundirla, tales como Manuel Pérez Martínez, Juan Luis Segundo, Juan José Tamayo, Leonardo Boff y Ernesto Cardenal Martínez.
A todos ellos el por ese entonces nuevo Papa Juan Pablo II persiguió, silenció y a varios los excomulgó y/o expulsó de las universidades católicas. La directiva era simple: Todo lo que tuviera algún tufo socialista, marxista, comunista, leninista, castristas o siquiera izquierdista debía ser combatido. Por eso el señor Wojtyła se alejó de los pobres y de los cristianos críticos o con pensamiento propio. En realidad, aquellos le apestaban, mas los utilizó para que le rindieran culto cual "estrella de Rock" durante sus masivas y mediáticas puestas en escena. Así que prefirió acercarse a los más conservadores y ortodoxos dentro de la Iglesia Católica. Se hizo amigo de los del Opus Dei, los del Lumen Dei o los del Camino Neocatecumenal, entre otros, porque, entre otras cosas, esos también eran de derecha y aportan muy buena plata para sus puestas en escena con todo lo que le "quitaban" a sus fieles con los "diezmos". Y justamente por eso fueron los jesuitas, los dominicos, franciscanos y benedictinos, entre otros, los que resultaron siendo apartados de la Iglesia Católica durante su papado, pues aquello no tenían, en primer lugar, dinero para aportarle a sus puestas de escena durante sus interminables viajes, y porque, en segundo lugar, dentro de la Iglesia Católica vendrían a ser el "ala izquierdista".
Su intransigencia y su autoritarismo derechista, además de su simpatía por las dictaduras de derecha, gusto que compartía con su amigotes de la Casa Blanca y el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, fue tal que cuando visitó Nicaragua en 1983, tras la caída de la sangrienta dictadura de la familia Somoza (desde 1934 hasta 1979), el pontífice no hizo más que recriminar y sancionar con el dedo al sacerdote católico y por ese entonces Ministro de Cultura del Gobierno sandinista Ernesto Cardenal Martínez, quien lo recibió arrodillado en el aeropuerto de Managua (como consta en la fotografía de abajo).
Pero distinta fue su actitud cuando visitó Chile, en abril de 1987, y pese a las críticas de activistas por los Derechos Humanos y distintas organizaciones decidió reunirse con el dictador y genocida Augusto Pinochet Ugarte.
El Pontífice se reunió con el dictador y genocida en el Palacio de La Moneda, y allí compartieron sonrisitas y bromas, hasta que ambos salieron a uno de los balcones del palacio para saludar a las masas y darles la bendición del caso.
Pinochet no solo había bombardeado el 11 de setiembre de 1973 aquellos balcones desde donde ambos saludaban a las masas y el Pontífice bendecía al dictador genocida, sino que también en uno de esos salones donde ambos compartían sonrisitas y bromas el expresidente constitucional y democrático Salvador Allende Gossens se suicidó disparándose en la barbilla con un fusil AK-47 ante la inminente toma del Palacio de La Moneda por las tropas de Pinochet que bombardeaban constantemente el recinto presidencial. Pinochet no solamente había perseguido e ilegalizado todos los partidos políticos y movimientos sociales de izquierda, sino que también había perseguido, secuestrado, torturado y asesinado y/o desaparecido a centenares de activistas, obreros, sindicalistas, pensadores, artistas, músicos, escritores, políticos, líderes populares o sociales y, en fin, a todo mundo que fuese sospechoso de "ser comunista" mediante una monstruosa y sangrienta maquinaria dictatorial que Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional apoyaban, patrocinaban y financiaban.
Pero Juan Pablo Segundo no tuvo ninguna crítica ni ninguna sanción para el señor dictador y genocida Pinochet. No lo miró feo, no lo señaló con el dedo. Al contrario, le sonrió, lo bendijo y hasta se hicieron buenos amigos. Tan amigos se hicieron, que cuando Chile y Argentina estuvieron a punto de irse a la guerra en 1978 por el Conflicto de Beagle sobre el canal del mismo nombre que ambos países se disputaban por ese entonces, el Pontífice entró en el conflicto como mediador pero con una indiscutible salvaguarda de los intereses chilenos sobre el canal ya que Pinochet era su amigo y Argentina tenía las de ganar de entrar en un enfrentamiento bélico.
De igual manera, al Pontífice tampoco le importó que durante la década de 1980 el dictador chileno, y gran amigo suyo, traficada armas hacia Irak, país que estaba en guerra con Irán. Pinochet mandó a Irak, donde gobernaba ya por ese entonces el dictador y también genocida Saddam Hussein, un total de 40 mil bombas de racimo, un tipo de armamento internacionalmente prohibido de caída libre que al llegar a cierta distancia del suelo desde caída libre explota en cientos de perdigones explosivos. Hussein, el dictador genocida iraquí las usó cruelmente contra la población kurda de Irak y de las zonas fronterizas de Irán, así como contra el ejército y la población civil iraní. De más está decir que Estados Unidos colaboró con Pinochet en el tráfico de dichas armas porque, entre otras cosas, tenía claros intereses geopolíticos en Medio Oriente y un interés particular por derrocar al gobierno islámico de la recién formada República Islámica de Irán con el ayatolá Ruhollah Musaví Jomeini a la cabeza.
Cuando a principios de la década de 1990 el dictador chileno Pinochet traficó armas hacia Croacia, país europeo que se acaba de independizar de la por entonces desmembrada Yugoslavia en octubre de 1991, al Pontífice tampoco le importó.
Tan poco le importaron al Pontífice las violaciones a los Derechos Humanos que su amigote Pinochet había cometido, que cuando en 1998 el dictador genocida y por entonces "senador vitalicio" de Chile fue arrestado en Londres por pedido del juez español Baltazar Garzón por crímenes de lesa humanidad contra ciudadanos españoles durante su gobierno (1973 - 1990), el Pontífice Juan Pablo II intercedió por el dictador alegando "razones humanitarias" para que no lo extraditen a Chile para que allí sea juzgado por la justicia chilena. ¿Pero cuáles "razones humanitarias"? ¿De dónde sacó eso el señor Pontífice? ¿Se lo habrá pedido Dios Jesucristo, su Señor? Lo dudamos, aunque puede que así haya sido, por el señor Pontífice insistió con el tema y ha de haber derramado sus lágrimas cuando el juicio contra Pinochet dio inicio en Chile porque bien se sabe que el señor Pontífice y su Iglesia Católica siempre tuvieron simpatía y cierta admiración, además de un férreo y silencioso apoyo por –con y para– las dictaduras totalitarias y genocidas que fruto de la intervención de la CIA y Washington fueron sembradas por la derecha en América Latina.
De igual manera, al Pontífice tampoco le importó que durante la década de 1980 el dictador chileno, y gran amigo suyo, traficada armas hacia Irak, país que estaba en guerra con Irán. Pinochet mandó a Irak, donde gobernaba ya por ese entonces el dictador y también genocida Saddam Hussein, un total de 40 mil bombas de racimo, un tipo de armamento internacionalmente prohibido de caída libre que al llegar a cierta distancia del suelo desde caída libre explota en cientos de perdigones explosivos. Hussein, el dictador genocida iraquí las usó cruelmente contra la población kurda de Irak y de las zonas fronterizas de Irán, así como contra el ejército y la población civil iraní. De más está decir que Estados Unidos colaboró con Pinochet en el tráfico de dichas armas porque, entre otras cosas, tenía claros intereses geopolíticos en Medio Oriente y un interés particular por derrocar al gobierno islámico de la recién formada República Islámica de Irán con el ayatolá Ruhollah Musaví Jomeini a la cabeza.
Cuando a principios de la década de 1990 el dictador chileno Pinochet traficó armas hacia Croacia, país europeo que se acaba de independizar de la por entonces desmembrada Yugoslavia en octubre de 1991, al Pontífice tampoco le importó.
Tan poco le importaron al Pontífice las violaciones a los Derechos Humanos que su amigote Pinochet había cometido, que cuando en 1998 el dictador genocida y por entonces "senador vitalicio" de Chile fue arrestado en Londres por pedido del juez español Baltazar Garzón por crímenes de lesa humanidad contra ciudadanos españoles durante su gobierno (1973 - 1990), el Pontífice Juan Pablo II intercedió por el dictador alegando "razones humanitarias" para que no lo extraditen a Chile para que allí sea juzgado por la justicia chilena. ¿Pero cuáles "razones humanitarias"? ¿De dónde sacó eso el señor Pontífice? ¿Se lo habrá pedido Dios Jesucristo, su Señor? Lo dudamos, aunque puede que así haya sido, por el señor Pontífice insistió con el tema y ha de haber derramado sus lágrimas cuando el juicio contra Pinochet dio inicio en Chile porque bien se sabe que el señor Pontífice y su Iglesia Católica siempre tuvieron simpatía y cierta admiración, además de un férreo y silencioso apoyo por –con y para– las dictaduras totalitarias y genocidas que fruto de la intervención de la CIA y Washington fueron sembradas por la derecha en América Latina.
Pero las amistades del Pontífice era muchas. Era amigo de Bill Clinton, de Bush padre e hijo, expresidentes estadounidenses, así como de otros políticos estadounidenses y miembros de la curia de Estados Unidos. Pero sobre todo, era amiguísimo de reconocidos y ranqueados pedófilos que reptaban, y aún reptan, en la Iglesia Católica.
Por eso, cuando en 1984 llegan a la Santa Sede desde Estados Unidos, Canadá, Irlanda, Australia, Francia, España, Alemania y México los "primeros reportes oficiales" sobre casos de abuso sexual a menores de edad, el Papa Juan Pablo II no hizo nada para castigar a los pedófilos y pederastas involucrados en dichos casos. Sino que, por el contrario, desde la Santa Sede se dio la orden de silenciar los casos de pedofilia, cosa que se hacía desde hacía décadas. Pero cuando el escándalo salió a la luz pública, se tomó la decisión de llegar a acuerdos con las víctimas a cambio de silencio o negación. Se empezaron entonces a correr los billetes y los cheques bajo la mesa. Fue el caso de los cardenales Timothy Manning y Roger Mahony, quienes se encargaron de sobornar a Rita Miller, víctima de un sacerdote depravado que la violó. Como recompensa, años más tarde el obispo Mahony fue nombrado cardenal por el propio Juan Pablo II por su "gran trabajo".
Esos eran los amigos y amigotes, respectivamente, del señor Pontífice. Destaca en ese sentido su férrea y eterna amistad con el sacerdote mexicano Marcial Maciel Degollado, quien fuere, entre otras cosas, un depravado y ranqueado pederasta, un asqueroso violador de menores de edad que desde la década de 1940, cuando solo era un seminarista, ya tenía en contra suya numerosas acusaciones por abuso sexual. Sin embargo, la Iglesia Católica nunca hizo nada en contra de dichas acusaciones. Incluso, cuando en 1979 se realizaron las primeras denuncias públicas en su contra por someter a sus seminaristas a vejaciones sexuales, Juan Pablo II lo defendió.
Para el señor Pontífice, Maciel era un "ejemplo de juventudes". Y por su puesto que era un ejemplo, pero para los pedófilos sobre cómo abusar y vejar a menores de edad. La amistad entre Wojtyła y el desgraciado de Maciel duró hasta los últimos días del Pontífice, pero se inició en 1978 cuando el recién electo Papa quiso que su primer viaje fuera de Italia sea a América Latina para hacerle frente personalmente a la Teología de la Liberación. Visitó República Dominicana y luego México, donde las manifestaciones religiosas públicas estaban prohibidas por ese entonces porque México era un Estado laico. Maciel consiguió que el Papa pudiera dar misas públicas e incluso que el mismo presidente López Portillo lo recibiera en el aeropuerto en la calidad de "Turista ilustre". Ello superó las expectativas del Pontífice y sería el inicio de amistad de por vida que tendrían ambos, y que nadie, ni siquiera las decenas de víctimas de Maciel, pudieron quebrar.
Y es que sí pues. Karol Józef Wojtyła, o Juan Pablo II, no fue más que un payaso populista que creó en la Iglesia Católica una nueva forma de evangelización: La del espectáculo multitudinario, televisivo y amarillista –con lágrimas, moqueo y hasta desmayo, todo incluido–. Pero también fue un vástago y gustoso colaborador de las políticas dictadas y ordenadas desde Washington, por lo cual jamás se opuso a ninguna de las crueles, sangrientas y devastadoras dictaduras que el Plan Cóndor, con el patrocinio de Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, implantaron durante décadas en América Latina. Por eso, ese despreciable señor Wojtyła no fue más que un amante de las hordas estadounidenses que a punta de balas, bombas y dólares sembraron el terror en América Latina, en África y Asia, a donde solía viajar para repartir sonrisitas con los dictadores y genocidas, y acusas y silenciar a los activistas sociales.
Desde acá, nosotros, los que, a diferencia de él, nunca nos callamos, le deseamos al señor Wojtyła un despreciable descanso en la tumba en la que está, porque a diferencia de los pobres a los que siempre despreció, él está en una tumba y no en una fosa común, que es a donde sus amigotes dictadores y genocidas los mandaron, y lo reiteramos, a ellos, a los pobres, a los que el señor Wojtyła despreció dándoles la espalda con su silencio y su autoritarismo derechista proneoliberal.
Por eso, una y mil veces más, nosotros, los que despreciamos a esa horrible y depravada institución llamada Iglesia, sea católica o de cualquier otra doctrina, creemos fiel y consecuentemente que la única Iglesia que ilumina es la que arde en llamas.
Jueves 8 de agosto de 2013
(Editado y corregido el día viernes 9 de agosto de 2013)
(Editado y corregido el día viernes 9 de agosto de 2013)
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